tag:blogger.com,1999:blog-60492318503133980662024-03-13T19:28:47.137+01:00No estoy aquí ahoraDavid G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.comBlogger75125tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-80355246670386195702014-03-28T00:56:00.000+01:002015-04-14T10:50:21.751+02:00Nota finalLa andadura de “No estoy aquí ahora” comenzó tras el verano del año 2012, un verano cálido y húmedo como cualquier otro verano por aquí. Harto de escribir palabras encorsetadas y mentiras, decidí que mi pluma requería una desintoxicación. Así que aproveché que la crisis se había llevado algunos de los proyectos en los que estaba trabajando para comenzar a idear una novela folletinesca. Una novela que se iba escribiendo a medida que el lector avanzaba en la trama y, también, a medida que las cosas sucedían a mi alrededor. No pensar, no revisar y, sobre todo, no corregir, han sido algunas de las máximas de este proyecto. En el fondo, yo también he ido descubriendo la historia como un lector más. No la controlaba. Simplemente sucedía y yo la plasmaba. Así que gracias a todos los que, de una manera u otra, me han acompañado en este viaje.<br />
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La novela, pues, acaba aquí. Pero no del todo. Aún quedan algunas sorpresas que se irán desvelando poco a poco en esta web y que culminarán en el Cryptshow Festival 2015 con la presentación de la edición en papel de la novela. Será una edición revisada, corregida y, también, con sorpresa. (Podéis seguir las novedades en el apartado <a href="http://noestoyaquiahora.blogspot.com.es/p/noticias.html">blog</a>).<br />
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Y si tú eres nuevo, has descubierto hoy este blog y vas a empezar a leer “No estoy aquí ahora”, comienza por <a href="http://noestoyaquiahora.blogspot.com.es/2014/01/capitulo-1-lo-que-lo-desencadena-todo.html">aquí</a> o pásate por la <a href="http://noestoyaquiahora.blogspot.com.es/p/tienda.html">tienda</a>.<br />
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<b>David G. González</b><br />
<b>28 de marzo de 2014</b>David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-78601800355146803132014-03-27T09:30:00.000+01:002015-01-16T10:00:20.973+01:00Capítulo 72: el día siguiente a un domingo cualquiera, 10:00Llamé a Mario. Le dije que debía ausentarme unos días, que era importante, que era una oportunidad, y que si me podía cuidar a la niña y al perro. Mario me dijo que un bar no es lugar para una niña, pero que no había problema con el perro. Así que aquí estoy, en un avión, con Lola y con Claudia. Y me mareo en los aviones, por cierto.<br />
<br />
—Que mona es. No parece hija tuya.<br />
—Ya. Eso dicen.<br />
—¿Y la madre?<br />
—¿Cómo?<br />
—La madre. ¿Quién es la madre?<br />
<br />
Y de repente me coge algo en el pecho y un mal cuerpo, como cientos de anzuelos clavándose en mi corazón y tirando de él, como cemento en vena. Las manos se me ponen lilas y me cuesta respirar, y mi cerebro patalea y quiere salir de mi cabeza. Los colores se separan y todo es una de esas viejas pelis en 3D. Me veo a mí mismo desde fuera de mí mismo, como se ve la gente en <i>Ghost</i> al morir. Y, sí, siento que muero y que dejo de ser yo. Y mientras el tribunal de la Eternidad pone en duda mi propia existencia, me pregunto no sólo quién es la madre de Claudia, sino también cómo es posible que nunca antes me lo hubiera preguntado.<br />
<br />
La solución es sencilla: No puede ser. Y además, es imposible.<br />
<br />
Entonces tomo conciencia de lo que sucede: las máscaras de oxígeno han saltado, un motor del avión está en llamas, hay un agujero en el fuselaje y la cabina se está despresurizando. Miro por la ventana y no hay cielo, ni mar, ni nada. Sólo un blanco nuclear que no ciega y lo ensordece todo. A mi lado, Lola ya no está, y Claudia me mira como mira alguien que no tiene miedo. Mueve la boca, parece que va a decir algo, sus primeras palabras:<br />
<br />
—Todo es verdad.<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
FIN</div>
David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-76196111861918657512014-03-26T10:36:00.002+01:002014-03-26T10:36:47.342+01:00Capítulo 71: Un domingo cualquiera, 04:30El llanto de Claudia me despierta, y Pancho tira de la manta y me mira como diciendo: “Venga, tío, sé un buen padre”. Llora y berrea desde su cuna, como supongo que lo hacen todos los bebés. Yo sigo la rutina de rigor, que es comprobar si tiene el pañal seco y preguntarle si tiene hambre. Nunca me contesta, pero como tiene el pañal seco asumo que tiene hambre.<br />
<br />
Le preparo un biberón, y mientras caliento el agua en el microondas me doy cuenta de que son las cuatro y media de la mañana. Levanto las persianas para ver si el mundo sigue ahí y ahí sigue, oscuro y frío, como esta parte de mi vida.<br />
<br />
Me siento en el sofá con Claudia entre los brazos, tragando como si le fuera la vida en ello. Agarro el móvil y hago lo que hace la gente a estas horas: le echo un ojo a Twitter, pongo algún “Me gusta” en Facebook y respondo un par de correos con un “LOL” o un “WTF?”.Y en la tele; teletiendas, películas eróticas y mensajes con “tema del bueno”.<br />
<br />
De repente suena el móvil y ya no son las cuatro de la mañana, son las diez. Claudia duerme entre mis brazos, con un chorretón de leche seca en el moflete y en una postura que no parece nada cómoda. Pancho, desde su cojín, bajo la tele, me mira, como diciendo: “Venga, tío, sé un buen padre”. La que llama es Lola:<br />
<br />
—Hola, Lola.<br />
—Alberto. Tú libro está ya en imprenta. Sale a la venta el mes que viene.<br />
—¿Ha quedado bien?<br />
—¿El qué?<br />
—La portada. ¿Ha quedado bien?<br />
—La portada es una mierda. Le dije a los de diseño que hicieran algo rápido y barato. Pero es una portada y no te llamo para oír tus quejas. Haz las maletas. Mañana nos vamos de viaje.<br />
—¿De viaje? ¿Los dos?<br />
—Hay una recepción, una convención, no sé. Un rollo de exportar producto cultural catalán al extranjero. Ya sabes, mierda política. El caso es que a alguien de las altas esferas le gustó tu primera novela y sugirió que fueras uno de los invitados. Sugirió, entre comillas, claro. En fin, habrá más gente allí. No te hagas ilusiones.<br />
<br />
Sí, en fin, ya me las había hecho...<br />
<br />
—¿Y dónde es?<br />
—En Santorini. Una de esas islas griegas de mierda. Si ya, Grecia está en crisis, ¿qué coño hacemos exportando producto catalán a Grecia? Ni idea. Además, Santorini en invierno tiene que ser de pena.<br />
—Sí, supongo.<br />
—Hasta mañana. El avión sales a las diez. Terminal dos.<br />
<br />
Y antes de que diga “adiós” ya ha colgado.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-91350504410535057702014-03-25T10:24:00.001+01:002014-03-25T10:24:53.539+01:00Capítulo 70: Deivid, siempre en ningún lugarHace 69 capítulos usted comenzó a leer esta novela. Quizás lo hizo por alguna recomendación, por curiosidad o por casualidad. Quizás por error. Y seguro que, en este viaje, a veces ha pensado: “¿Pero qué coño es esto?”. Sí, bueno, en fin. Le pido disculpas por la parte que me toca.<br />
<br />
Pero ahora que ha llegado hasta aquí, sepa que esto, como todo, se acaba. Y todo lo que acaba, acaba mal.<br />
<br />
Así que, como ya tiene bastante con lo suyo, no voy a intentar explicarle qué hago yo aquí, en un limbo omnisciente y todopoderoso. Eso es lo que pasa cuando eres inmortal pese al fin del mundo. Que te quedas solo.<br />
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Como usted ya sospecha, esa cosa rosa que me hizo beber Claudia era el elixir de la eterna juventud que se inventó en 2043, el mismo que tomó Artur Mas en su día. Y ahora no envejezco. Mi mundo desapareció, o se plegó sobre sí mismo, o se contrajo, y yo sigo aquí, en ningún lugar para siempre. A veces echo de menos el futuro.<br />
<br />
Desde aquí lo observo todo, aunque todo es mucho menos divertido que antes. Ahora sólo sucede una cosa: la gente se levanta a las siete de la mañana para ir a trabajar, habita pisos claustrofóbicos y vive una eterna crisis. Ya no pasas cosas imposibles.<br />
<br />
En este presente, Artur Mas gana las elecciones autonómicas pero no tiene lugar ningún fin del mundo, Paco Puche escribe un libro de poemas que nadie lee, Grant Morrison mata a Batman y hace que Robin ocupe su lugar y Kurt Vonnegut muere a causa de una caída. En este presente, Ana vive con su marido y sus dos hijos y es todo lo feliz que uno puede ser. Y David es David y Alberto sólo el personaje de su novela. Vive en un pequeño piso en Barcelona, con su hija Claudia y un perro llamado Pancho.<br />
<br />
Y yo, desde aquí, que no es ningún lugar, lo veo todo, y veo a Sergio Vila, en su pequeño piso, teniendo una idea y dibujando en un trozo de papel de higiénico unos garabatos que en realidad son la semilla de lo que cinco mil años después se conocerá como la máquina del tiempo.<br />
<br />
Y yo, desde aquí, me pregunto si puedo intervenir. Y si debo. Si, como Dios, o al menos como un dios, puedo tomar una identidad corpórea, presentarme en casa de Sergio Vila como un amigo y acabar con su vida. Hacerlo por el bien supremo.<br />
<br />
Y yo, desde aquí, le contemplo a usted, leyendo esto, pensando que no puede ser y que además es imposible. Y preguntándose si yo, yo que observo el universo cómo si fuera Dios, tengo la respuesta a la eterna pregunta.<br />
<br />
Sí, estamos solos.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-71657425398288602642014-03-24T11:14:00.000+01:002014-03-24T11:14:17.916+01:00Capítulo 69: La guerraSeis horas después, sostengo un fusil de asalto entre mis manos. Quema, como un tubo de escape, y tiene la fuerza de un rottweiler. Tengo a Claudia a mi lado, espalda con espalda. Ella sabe manejar esto mucho mejor. Ella sabe de qué va la cosa. Mata personas como si fueran hormigas. Y mata marcianos como si fueran perros. Suena como San Juan, pero mucho peor. Es la guerra total.<br />
<br />
Hace seis horas Claudia nos ha rescatado de nuestra celda, a Ana y a mí. No ha llegado a tiempo de impedir que el famoso batallón viaje al año 2112 para evitar la creación de la máquina del tiempo. Pero está claro que, sí seguimos aquí, es que algo ha salido mal y que no lo han conseguido. Y no sólo eso. No sé qué coño habrán hecho allí Alberto y sus colegas, pero aquí se están abriendo fisuras espacio-temporales por todos lados. Creo que ya he matado siete u ocho veces a Artur Mas. Creo que incluso he matado a un hombre de las cavernas y a un par ingleses del siglo de las luces.<br />
<br />
—Claudia, esto va a petar. No vamos a salir de aquí.<br />
<br />
Casi todos han muerto. Ha muerto el señor Casals y toda su panda. Han muerto muchos de los nuestros. Ha muerto Ana y he llorado por ella.<br />
<br />
—¡Claudia! ¡Joder! ¡No vamos a salir de aquí!<br />
<br />
Ah, y un pequeño detalle: nos hundimos.<br />
<br />
—Toma, Deivid.<br />
<br />
Claudia me pasa un pequeño frasco de cristal que contiene un líquido de color rosa.<br />
<br />
—¿Qué es esto?<br />
—Bébelo. ¡Ya!<br />
<br />
Y me lo bebo, como se beben las cosas cuando tu madre te dice que te las bebas. Sabe a guayaba.<br />
<br />
—Alberto, te quiero.<br />
<br />
Sé que sabe que yo no soy Alberto, pero que, de alguna manera, en algún momento, lo seré. Así que me digo que qué más da, que a la mierda todo, que lo que importa es el amor.<br />
<br />
—Yo también te quiero, Claudia.<br />
<br />
Y dejamos de disparar y la sangre deja de brotar y los ruidos cesan. Nos quedamos aquí plantados, impávidos ante una gran luz que entra por las ventanas de este monstruo submarino, una luz blanca como no hay nada en el mundo; intensa y cálida, que no ciega y que lo ensordece todo. Y esa luz hace que todo el mundo deje de disparar y la sangre deje de brotar y los ruidos cesen. Y mientras esa luz lo invade todo y se lo come todo, Claudia y yo nos besamos. Somos los últimos viajeros en el tiempo besándose.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-6360580032835695492014-03-23T10:04:00.001+01:002014-03-23T10:08:12.796+01:00Capítulo 68: El fin comienza aquíDe repente estoy en otro sitio, y no parece el sitio en el que debería estar. Primero creo que está oscuro, pero rápidamente me doy cuenta de que tengo la cabeza cubierta y las manos atadas a la espalda. Entonces intento gritar y no puedo porque estoy amordazado. Forcejeo y gruño, y noto la presencia de alguien a mi lado, que también gruñe y forcejea. Intento decir "Ana" y creo que ella intenta decir "Deivid".<br />
<br />
Superada la crisis inicial, tomo conciencia de la situación. Es evidente que algo ha salido mal, que de alguna manera han interceptado nuestro viaje temporal y hemos acabado aquí. Eso, o cualquier otra cosa, quién sabe.<br />
<br />
Aquí huele a humedad, hace frío y se oyen ruidos de película de submarinos. Recorro la estancia a rastras y no parece tener más de cuatro o cinco metros cuadrados. Sé dónde estoy. Estoy en la base submarina de La Agencia, en un punto indefinido del Mar Mediterráneo entre Grecia y Turquía.<br />
<br />
La Agencia tiene un plan. Bueno, tiene dos. Uno es el plan oficial. El otro no existe oficialmente. Según el plan oficial, hoy se acaba el mundo, de una manera u otra. Tanta gente ha estado viajando de aquí para allá que el espacio-tiempo no soporta ya más pliegues, ni más vértices, ni más líneas temporales. Así que, ante el temor a un colapso, y en un autoproclamado acto de “responsabilidad”, La Agencia va a devolver el espacio-tiempo a su estado natural. ¿Cómo se hace eso? Es tan sencillo de explicar como imposible de entender: evitando la invención de la máquina del tiempo.<br />
<br />
Pero hay un plan no oficial, como decía. La Agencia pretende, en efecto, evitar la invención de la maquina del tiempo, acabar con los universos paralelos y conservar sólo una línea. Esa línea ya existe, y es un mundo en el que nunca se ha inventado la máquina del tiempo. Entiéndame: ni se ha inventado, ni se inventará. Un mundo en el que nada de esto ha sucedido ni va a suceder; en el que la gente se levanta a las siete de la mañana, va en transporte público y vive en pisos claustrofóbicos. Gobiernan los gobernantes y trabajan los trabajadores. Hay ricos y pobres. Hay guerras y películas de Hollywood. Pero, si va a comenzar una nueva partida, La Agencia quiere asegurarse cierta ventaja. Su as en la manga es la cosa más grande y más llena de gente que jamás haya viajado en el tiempo, preparada para hacer el viaje más largo y profundo. Porque el mejor sitio en el que estar cuando el espacio-tiempo se vuelva a recoger es, precisamente, ningún sitio. Ese as en la manga es esta nave.<br />
<br />
Nuestra misión es evitarlo. Porque en ese nuevo mundo es dónde ahora vive nuestra hija.<br />
<br />
Y de repente, una explosión. Todo se tambalea y comienzan a sonar las sirenas. Y más explosiones. Y gritos, muy a lo lejos. Muy, muy a lo lejos. Y más explosiones. Y disparos. Y entonces, como una broma, como si no pudiera ser, comienza a sonar una canción, una canción que se acerca, que se acerca lentamente hasta que al fin la reconozco: “One morning in June, some twenty years ago, I was born a rich man's son, I had everything that money could buy, but freedom I had none”. Es <i>Looking for freedom</i>, de David Hasselhoff. Es la canción de La Resistencia. Es nuestra canción.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-83282204222539963642014-03-21T10:57:00.000+01:002014-03-21T10:57:01.317+01:00Capítulo 67: Sábado, 10:30—¿Sabes cómo funciona una cafetera de estas?<br />
—Me temo que no.<br />
<br />
Así que nos tomamos un refresco y un vaso de agua en un bar cualquiera, un bar de grasa en las paredes y mesas pegajosas. Un bar del montón, normal, sino fuera por este silencio de cementerio y toda esta gente quieta.<br />
<br />
—¿Esto es un poco como <i>El último hombre sobre La Tierra</i>, no Deivid?<br />
—No la he visto...<br />
—Ah, bueno, ya... Ya la verás...<br />
<br />
Deivid me ha explicado todo lo de los viajes en el tiempo, también lo de La Agencia, los marcianos y el fin del mundo. En cualquier otra circunstancia no le creería, pero, en fin, miro a mi alrededor y no veo porqué no debería creerle.<br />
<br />
—¿Así que todo esto es culpa mía, Deivid?<br />
—¿Cómo?<br />
—Que mi imaginación tiene alguna especie de poder transdimensional y todo lo que estoy escribiendo se hace realidad en algún lugar...<br />
—No sé si...<br />
—¡Y por eso estás aquí! ¡Me pides que reescriba mi novela! ¡Que solucione este embrollo!<br />
—No, David, no...<br />
—¡Y que os haga felices! ¡Claro! ¡¿Qué quieres!? ¡Dime, dime!<br />
—¡Que no, David! ¡Que no!<br />
<br />
Vale, sí, reconozco que me he exaltado. Como ese autor obsesionado con escribir la novela definitiva; encerrado en su estudio, sin amigos, café caliente y cigarillos, cáncer y muerte en soledad.<br />
<br />
—¿No?<br />
—No, David, no...<br />
—¿Entonces?<br />
—Tú no eres el dios creador de todo esto, ni tienes ningún poder ultradimensional....<br />
—¿No?<br />
—No.<br />
—¿Y entonces?<br />
—Simplemente eres el David de esta realidad, y aquí vives tu vida. Una vida quizás un poco aburrida, sí... Pero es cierto que es una realidad un poco especial, que no hay máquinas del tiempo, ni marcianos. Aquí parece que el mundo no se acaba.<br />
—¿Y entonces?<br />
—No entiendo...<br />
—¿Entonces qué haces aquí? ¿A qué has venido si no es a pedirme la salvación?<br />
—Ya...<br />
<br />
El tal Deivid se lleva la mano a la oreja, una oreja con una cicatriz muy fea, por cierto. Yo pienso que le duele o algo, que es una herida de guerra, pero antes de que pueda preguntarle nada, dice:<br />
<br />
—Ya puedes venir.<br />
—¿Perdona?<br />
—No, no es a ti, perdona... Hablaba a través de mi biocomunicador.<br />
—Ya... ¿Y quién viene?<br />
—Ahora lo verás...<br />
<br />
Y entonces, algo se mueve al fondo de la calle. Es una chica, que carga algo en brazos, envuelto en un trapo o una manta. La chica es una chica normal, de estatura media y pelo largo y negro. No parece una chica del futuro, ni del pasado.<br />
<br />
—David, te presento a Ana.<br />
—Hola, Ana.<br />
—Hola, David.<br />
<br />
Unos segundos de silencio, de miradas. Quizás yo debería entender algo o saber de qué va la cosa, pero no lo pillo. Entonces ellos se miran, como se miran las parejas de abuelos al final de su vida, y Ana descubre lo que lleva entre manos. Es un bebé. Y digo lo que se suele decir en estos casos:<br />
<br />
—¡Oh, qué mono! ¿Cómo se llama?<br />
—Claudia. Se llama Claudia.<br />
—¿Una niña?<br />
—Sí.<br />
—¿Y qué tiempo tiene?<br />
—Tres meses. Aunque en realidad aún no ha nacido.<br />
—¿Cómo?<br />
—Nacerá el año que viene...<br />
—Ya, cosas de los viajes en el tiempo, ¿no?<br />
—Sí, eso...<br />
<br />
Ana me la acerca.<br />
<br />
—Cógela.<br />
—Sí, sí, claro....<br />
<br />
La cojo, como quién coge algo por primera vez, torpemente. Y de manera natural hago lo que hace todo el mundo con un bebé entre las manos: ruidos ininteligibles, pedorretas, juegos de manos. Al rato, reparo en la mirada de esta entrañable pareja. Miran a su hija como se mira la gente al final de las películas de Spielberg.<br />
<br />
—¿Estáis bien?<br />
<br />
Suena como un teléfono. Es un sonido sutil y agradable. Salen de su ensimismamiento. Se miran. Se cogen de la mano. Casi lloran.<br />
<br />
—David, tenemos que irnos.<br />
—¿Ya?<br />
<br />
Se llevan la mano a la oreja. Me miran. Casi lloran.<br />
<br />
—Sí, ya.<br />
—Pero...<br />
—Adiós, David.<br />
—¿Ya? Pero... la niña...<br />
<br />
Lloran.<br />
<br />
—La niña es tuya, David. La niña también es tuya.<br />
<br />
De repente ya no están. Literalmente. Han desaparecido, de golpe. Y han vuelto los ruidos y el movimiento. Un camarero se me acerca por la espalda y me pregunta qué deseo. Yo le digo que un café sin pensarlo mucho. Entonces reparo en una cajita metálica que ha aparecido sobre la mesa. La abro. Dentro hay una jeringuilla y un tubo de goma elástica. Y una nota. En la nota hay unas instrucciones de uso, y al final pone: HAZLO, POR FAVOR. Y firman Deivid, Ana y Claudia.<br />
<br />
La gente, de nuevo, hace sus cosas, y yo me quedo aquí, en medio de este bar apestoso, con una niña entre la manos. Dicen que se llama Claudia y que también es mi hija.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-80181097830385672482014-03-20T11:40:00.002+01:002014-03-20T13:17:26.318+01:00Capítulo 66: Sábado, 10:00<p dir=ltr>Los policías me han puesto las esposas, me han atado los pies con una brida, me han amordazado y me han devuelto a la celda. Se ve que me puse un poco tenso después de la llamada telefónica. En fin, no me juzgue por ello. Tampoco juzgue a estos amables agentes de la ley.</p>
<p dir=ltr>—¡Psé, psé! ¡Mmmm!</p>
<p dir=ltr>Intento comunicarme con aquel misterioso fan de los cómics, pero nadie me responde. Supongo que, en fin, me lo imaginé, o fue una broma. Así que durante unos tres cuartos de hora estoy aquí, quieto, mirando los barrotes y comiéndome la cabeza. No pasa nada. Hasta que pasa: la puerta de la celda se abre.</p>
<p dir=ltr>Primero dudo, claro. Sospecho, temo del diablo y sus ofertas siempre interesadas. Pero cualquier alternativa no pinta mucho mejor. Así que, como puedo, un rato a rastras y un rato a saltitos, salgo de mi celda y del calabozo. Subo unas esclareas y llego hasta la primera planta sin cruzarme con nadie. Me deslizo como una serpiente, evitando los despachos, aunque en realidad los despachos parecen estar vacíos. Llego a la sala de espera y no hay nadie, y finalmente llego al vestíbulo. Y allí sí hay alguien. Un policía, tras el mostrador y un grueso cristal antibalas. Mira al frente fijamente, como quién mira a su enemigo. En condiciones normales, no sé, quizás podría salir corriendo y salir airoso. Pero no así, atado de pies y manos.</p>
<p dir=ltr>Así que doy media vuelta y regreso a uno de los despachos. Me abro paso hasta la mesa y, con la barbilla, torpemente, consigo tirar al suelo algunos cajones. Encuentro unas tijeras. Contorsionándome dolorosamente consigo cortar la brida que atrapaba mis pies. Y ya en pie, busco y rebusco por todo el despacho una llave maestra para las esposas. Parece demasiado fácil, pero la encuentro.</p>
<p dir=ltr>Vuelvo al vestíbulo, y ahí sigue el tipo ese mirando al frente, como la guardia inglesa. Pero pongo en práctica el plan: salir pitando. Cruzo el vestíbulo, atravieso la puerta, bajo las escaleras de un salto y cuando ya he avanzado unos veinte metros me doy cuenta de que no se oye nada y nada se mueve. Los coches están parados, el viento no agita los árboles y la gente está quieta de una manera antinatural. Me acerco a una mujer con un carrito de bebé. Le paso la mano por delante de la cara y nada. Le pellizco la mejilla y nada. Le palpo un pecho y nada. Y su niño igual. Por mucho que le haga monerías, ni se inmuta. Y así todo el mundo, quieto, congelado, como en modo pausa: un anciana cruzando la calle, dos hombres saludándose, un conductor increpando a un transeúnte, un mensajero saltándose un semáforo en rojo... Y sé que no puede ser. Que esto es esto y mi novela es mi novela. Que Alberto es Alberto y yo soy yo. Y además es imposible.</p>
<p dir=ltr>—¿David?</p>
<p dir=ltr>Un tipo joven me llama por mi nombre y me da un susto de muerte. Un tipo joven y muy parecido a mi. Me siento amenazado, claro. Y miedo. Pero también esperanza.</p>
<p dir=ltr>—¿Si?</p>
<p dir=ltr>Un tipo joven y muy parecido a mi. Demasiado parecido a mí.</p>
<p dir=ltr>—Soy yo. Deivid.<br>
—¿Quién?</p>
<p dir=ltr>Imposiblemente parecido a mí.</p>
<p dir=ltr>—Deivid. Soy Deivid.</p>
David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-38828461312596927362014-03-19T10:33:00.000+01:002014-03-19T10:33:03.069+01:00Capítulo 65: Una persona másDiez minutos después, aquí estamos los que tenemos que estar, que somos Mas, Puche, Vonnegut, Morrison, el tipo con gafas y yo. Hay una persona más, pero aún no importa.<br />
<br />
Usted espera ahora una sala fría, sucia y maloliente, el lugar más clandestino sobre la faz de La Tierra. O bajo ella. Pero no. Todo lo contrario. Todo aquí es muy lujoso y muy rococó: grandes cuadros de autores románticos, candelabros dorados, una robusta mesa de madera de la buena, una gran lámpara dorada y mucho color burdeos. Sobre la mesa, además, vino francés y whisky canadiense servidos en elegante cristalería. Y un teléfono. Hay una persona más, pero aún no importa.<br />
<br />
El tipo con gafas nos invita a tomar algo. Yo pido una copa de vino porque qué mejor que el vino para el fin del mundo. Notas afrutadas, ceniza, madera y conversaciones insubstanciales. Hay una persona más, pero aún no importa.<br />
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Cuando ya nos hemos acostumbrado a esto, acomodados y amodorrados por el alcohol, el tipo con gafas requiere nuestra atención. Es un tipo menudo, muy poco impresionante, con pinta de notario y una abultada carpeta marrón entre las manos. Primero nos suelta un discurso sobre el honor y el deber, y sobre que un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. Sobre grandes responsabilidades. Hay una persona más, pero aún no importa.<br />
<br />
Después nos explica porqué estamos aquí cada uno de nosotros, un poco para alargarnos. A Morrison le dice que nadie cómo él puede imaginar realidades alternativas. A Vonnegut le revela que sabe que está escribiendo un decálogo, y que lo quiere. A Puche le confiesa que la misión necesita un Mesías. Y a Mas, que la misión requiere un sacrificio. A mí sólo me mira con cara desaprobación, o quizás desconfianza. Así que le pregunto:<br />
<br />
—¿Y yo? ¿Qué hago yo aquí?<br />
—Usted no debería estar aquí. No figura en los papeles. Pero, en fin, aquí está. Y si está será por algún motivo.<br />
<br />
Diría algo, pero nunca se me ocurre nada inteligente cuando verdaderamente lo necesito. Así que es Morrison quien pregunta:<br />
<br />
—¿Y usted?<br />
—¿Yo?<br />
—¿Usted porqué está aquí?<br />
—Sólo estoy aquí para dar fe.<br />
—¿De qué?<br />
—De esto.<br />
—¿Y a quién?<br />
—¿A quién?<br />
—Sí, ¿a quién?<br />
<br />
El tipo de gafas saca de la carpeta un fajo de documentos y los reparte.<br />
<br />
—Bienvenidos a La Agencia.<br />
<br />
Son unos dossieres como los de la CIA en las películas de espías. Incluso llevan el sello de TOP SECRET. En la primera página pone: B-100.<br />
<br />
—¿Qué significa B-100?<br />
—Es un nombre en clave.<br />
—Ya. ¿Y qué significa?<br />
—Significa “El batallón de los cien años”<br />
—¿El batallón de los cien años?<br />
—Sí.<br />
—Ese es un nombre de mierda.<br />
—Sólo es un nombre, caballero.<br />
<br />
Nos explica que nosotros somos ese batallón, que somos como El Equipo A y que tenemos una misión. La misión supone viajar al futuro y crear un vórtice que evite el fin del mundo y, de paso, el colapso del espacio-tiempo. Creo que usted ya sabe de que le hablo.<br />
<br />
—¿Y él?<br />
<br />
Vonnegut pregunta por el hombre amordazado que ha guardado silencio hasta ahora en medio de la sala, atado a una elegante silla estilo imperio y con una bolsa del pan en la cabeza. El tipo con gafas se acerca al misterioso invitado, le señala y pregunta:<br />
<br />
—¿Él?<br />
—Sí, él.<br />
<br />
Y con un redoble de tambor descubre finalmente el rostro de ese hombre que hasta ahora no importaba, y dice:<br />
<br />
—Señores, les presento a Pedro Bolívar.<br />
<br />
Y entonces suena el teléfono.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-29285405421884961032014-03-18T11:31:00.001+01:002014-03-18T11:31:48.846+01:00Capítulo 64: La planta 13La planta trece es un pasillo largo, estrecho, gris y húmedo. Hay moho en las paredes, y óxido. Emana una especie de vapor, o gas, de un entramado infinito de tuberías. Las toco y queman. Y hay ruidos, de hierros cediendo, de canto de ballenas.<br />
<br />
—Menudo sitio, ¿eh?<br />
<br />
Eso lo ha dicho Mas, que ha recuperado la compostura y parece el Mas de siempre, con su gesto de rigor, su peinado y su corbata en su sitio. Esas pastillitas deben de ser la leche.<br />
<br />
—Sí, menudo sitio...<br />
<br />
A lado y lado del pasillo hay unas gruesas puertas metálicas, como las de los submarinos en las películas. Pesadas, con grandes cerrojos y cadenas y una pequeña obertura en el centro, redonda y de cristal. La curiosidad me empuja a asomarme.<br />
<br />
—La curiosidad mató al gato.<br />
<br />
Dice Mas, pero yo no le hago caso porque sé que no voy a morir aquí ahora. Miro dentro, y dentro hay un tipo esposado de pies y manos, acuclillado en una de las esquinas de un zulo de apenas cuatro metros cuadrados. El preso me mira y yo le aparto la mirada.<br />
<br />
Avanzamos y más de lo mismo: gente presa en habitaciones minúsculas, mirándote con cara de perro en el veterinario.<br />
<br />
—¿Qué es esto, Artur?<br />
—Puede ser cualquier cosa. Ya lo sabes.<br />
<br />
Y, sí, el caso es que lo sé. Pueden ser miembros de La Resistencia, pueden ser simplemente personas equivocadas en el lugar equivocado, pueden ser incluso marcianos metamorfos. Pero Mas no espera mi respuesta. Mas simplemente avanza, como avanza un caballo con anteojeras.<br />
<br />
Y así llegamos al final del pasillo, y al final del pasillo hay una puerta abierta, y tras ella una luz cálida. Pero antes, a unos metros, como una trampa, hay dos puertas más; de un metal más pesado, con cerrojos más grandes y cadenas más gruesas. Y amarillas. Uno espera encontrar ahí alguna especie de criminal peligroso, o un monstruo, o el Jinete del Apocalispis. Pero no. En la puerta de la derecha sólo hay dos personitas, menudas y de aspecto débil. Llevan puesto un mono ancho de color amarillo, tienen atadas las manos a la espalda y una bolsa negra les cubre la cabeza.<br />
<br />
Me asomo a la otra celda y no hay nada, o no lo veo. Pienso: “en fin”, y cuando estoy a punto de irme, cuando me digo a mí mismo que ya está, que aquí no pasa nada, que todo esto no significa nada en absoluto, un leve murmullo me agarra de los pelos. Un murmullo agónico y lastimero, entre sollozos. Pego mi oreja a la puerta, pero no puedo descifrar las palabras porque en el metal reverberan todos los sonidos de esta mastodóntica infraestructura. Así que vuelvo a echar un ojo por el orificio. Me pongo de puntillas para inspeccionar mejor, para dar con un rincón que quizás antes me haya pasado desapercibido. Entonces, de repente, como en una peli de terror, alguien o algo se asoma a la ventanilla, como si hubiera estado escondido tras la puerta para matarme de un susto.<br />
<br />
Cuando al fin recobro el aliento, identifico entre lágrimas, mocos y mugre a Mariano Rajoy, quien fue presidente del gobierno. Golpea la puerta con rabia y grita patéticamente:<br />
<br />
—¡Yo lo quería! ¡Yo lo quería, joder! ¡Yo lo quería!<br />
<br />
Y mientras grita se arranca la piel de la cara y deja al descubierto una viscosa carne verde y me mira con ojos rojos como el fuego y como la sangre.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-15748515973432933482014-03-17T10:13:00.000+01:002014-03-17T10:13:19.570+01:00Capítulo 63: MasBajo en el ascensor, como baja Mickey Rourke al final de <i><a href="https://www.youtube.com/watch?v=s2OCYAT_Dfg">El Corazón del Ángel</a></i>. Y de repente el ascensor se detiene y se abren las puertas y pienso que nunca voy a llegar a mi camarote. Es Artur Mas, con una corbata atada a la cabeza y una botella de cava entre las manos. De fondo se oye a Raffaella Carrà.<br />
<br />
—¿¡Qué passssssa, tío!<br />
—Ey, Artur. ¿Cómo va?<br />
—¡Muuuuuuy bien, va muuuuuuy biennnnnn!<br />
<br />
Intento tener una conversación seria con él, pero no puedo. No sé, quizás hablar de todo esto, reflexionar sobre la ética de lo que está pasando, hablar un poco de amor y preguntarle si lo que hace lo hace de verdad o sí, quizás, en el fondo, un político es un político y no puede dejar de ser un político.<br />
<br />
—Artur...<br />
—¡Explota, explota, me expló!<br />
<br />
Y entonces el ascensor se vuelve a detener, y yo me pregunto cuántas plantas tiene esto, cuántos pisos puede tener una fortaleza submarina construida por el hombre.<br />
<br />
—Buenas noches, caballeros.<br />
<br />
Es un tipo trajeado y pequeño, con pelo de contable y gafas.<br />
<br />
—Buenas noches.<br />
—Buennnnnnassssss nocheeeeeessssss...<br />
—Caballeros, los reclaman en la planta trece.<br />
—¿A nosotros?<br />
—Sí, a ustedes dos. Y también al señor Morrison y al señor Vonnegut. ¿Saben dónde puedo encontrarlos?<br />
—Kurt está en el bar, pero se iba a su camarote. Grant estaba en el lavabo de la planta... bueno, no sé. En un lavabo, hace un momento.<br />
—¡Explota, explota, me expló!<br />
<br />
El tipo con gafas mira a Artur con cara de desaprobación, o quizás simplemente lo mira como miran los contables. Se mete la mano en el bolsillo y saca un frasco con cositas rosas y redondas dentro, como caramelos.<br />
<br />
—Señor, Mas. Tómese esto, por favor.<br />
—¿Qué es? ¿Es bueno?<br />
—Es bueno, señor Mas.<br />
<br />
Y Mas se lo toma como un niño bueno.<br />
<br />
—¡Mmmmm! ¡Sabe a guayaba!<br />
—Planta trece, por favor. Nos vemos en seguida.<br />
<br />
Busco el botón de la planta trece en la botonera, pero no hay botón de la planta trece.<br />
<br />
—Eh... Perdone, no hay planta trece.<br />
—Sí, sí la hay.<br />
<br />
Y las puertas se cierran, y el ascensor vuelve a ponerse en marcha, y sigue bajando.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-58935528711599274262014-03-16T09:52:00.002+01:002014-03-16T09:52:55.709+01:00Capítulo 62: PacoReemprendo el camino hacia mi camarote, no porque quiera que el fin del mundo me pille durmiendo, como Kurt, sino porque prefiero que me coja despejado. Así que voy echar una cabezadita de un par de horas. De camino al ascensor me encuentro con Paco Puche, que mira, hipnotizado, el verde oscuro del fondo del mar a través de un ojo de buey.<br />
<br />
—Hola, Paco.<br />
<br />
Pero Paco no dice nada.<br />
<br />
—¿Paco, estas bien?<br />
—¿Has leído mi libro?<br />
—¿Cómo?<br />
—Mi libro... ¿lo has leído?<br />
—Sí... Bueno, no... Sólo aquel poema...<br />
<br />
Mete la mano en el interior de su chaqueta y yo me imagino que va a sacar un revolver y que aquí se acaba todo. Pero no. Saca su libro. Su puto libro. Y me lo ofrece, sin dejar de mirar la negrura oceánica que tiene delante porque, en serio, no se ve una mierda.<br />
<br />
—Lee. La página 20.<br />
<br />
Cogo el libro. Lo abro por la página 20. Pone...<br />
<br />
—¡En voz alta!<br />
—Ah, sí, sí... perdona. Ejem... Se titula <i>¿Homenaje?</i> Y dice: “Cuando despertó, el dinosaurio ya no seguía ahí.”<br />
—¡Joder, lees de pena!<br />
<br />
Me quita el libro violentamente de las manos, poseído por un diablo, y entonces recita y declama como si estuviera ante un inmenso auditorio:<br />
<br />
—¡Cuando despertó, el dinosaurio ya no seguía ahí! ¡Ya no seguía ahí!<br />
<br />
Y como vino, se va, el diablo. Paco vuelve a su ensimismamiento y a su ventanita y a su fondo del mar. Yo me largo de aquí porque esto es muy raro. Y mientras me voy, a través del pasillo, alejándome, le pregunto a Paco.<br />
<br />
—Oye, Paco. ¿Porqué haces poemas tan cortos?<br />
—Página 35.<br />
—Página 35, ya...David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-63816846139120807652014-03-15T08:48:00.000+01:002014-03-15T08:48:20.911+01:00Capítulo 61: KurtAl salir del lavabo me asalta una tristeza inmensa y siento la necesidad de estar sólo. Así que, un poco de camino a mi camarote, hago una parada en el bar de la tercera planta. Allí le pido al barman un gin-tonic.<br />
<br />
—Un gin-tonic, por favor.<br />
—Sí, señor. ¿Quiere que le rompa la burbuja?<br />
—¿Cómo?<br />
—Que si lo quiere con la burbuja rota, ya sabe...<br />
<br />
Hace un gesto que no sé interpretar. Y tiene un acento ridículo a estas horas de la noche.<br />
<br />
—¿De dónde es ese acento?<br />
—De Grecia, señor.<br />
—Ya, claro... Sólo ponme un gin-tonic.<br />
<br />
El bar es como el bar de un hotel de Las Vegas, pero vacío. Moqueta, roble, taburetes de terciopelo, luces tenues... A través del hilo musical me llega el saxo de Kenny G, y yo pienso que no hay nada más sexy en el mundo que una mujer con un saxo entre las piernas.<br />
<br />
—¿En qué piensas?<br />
—¿Cómo?<br />
—Que en qué piensas...<br />
<br />
Como de entre la sombras aparece Kurt Vonnegut, sentado en un extremo de la barra, tomándose un whisky escocés con soda como si llevará ahí en realidad toda la vida. Sé lo que bebe porque lo he leído antes, en algún libro suyo quizás. Lleva gafas, tiene entre las manos un papel arrugado y un lápiz.<br />
<br />
—Ah, hola, Kurt. No te había visto.<br />
—¿En qué piensas?<br />
—Nada. Sexo, en realidad.<br />
—Aha.<br />
<br />
El barman me trae el gin-tonic.<br />
<br />
—Oye, Kurt... ¿Crees que es sensato emborracharse en un día como hoy?<br />
—No sé... ¿Qué es sensato?<br />
—Ya...<br />
—Yo no me preocuparía. Lo que es es lo que es.<br />
—Lo que es es lo que es.<br />
—Eso.<br />
—¿Qué escribes?<br />
—Un decálogo.<br />
—¿Un decálogo?<br />
—Sobre los viajes en el tiempo.<br />
—¿Me lo dejas ver?<br />
—Claro...<br />
<br />
Me lo pasa. Le echo un ojo. Me cuesta entender la letra.<br />
<br />
—Oye, esto no está bien del todo. Sí se puede viajar al futuro... Al menos a algún futuro...<br />
—Vaya...<br />
—Sí...<br />
<br />
Le devuelvo el papel a Kurt. Se queda pensativo y hace unos puntitos sobre el papel, como suspensivos...<br />
<br />
—¿Y tú has viajado a ese futuro?<br />
—Sí...<br />
—Pues será mejor que me vaya a dormir. Porque si has viajado al futuro, no sé, a lo mejor hay futuro.<br />
—Bueno, ya sabes, las cosas no son tan sencillas.<br />
—De todos modos, tampoco me gustaría que el fin del mundo me pillara despierto. Buenas noches. Cuídate.<br />
—Buenas noches, Kurt.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-59736923567112031522014-03-14T10:18:00.002+01:002014-03-14T10:18:29.243+01:00Capítulo 60: GrantAl salir del lavabo me encuentro con Grant Morrison, que se lava las manos. Con sus gafas de sol y su esmoquin y su gesto impenetrable.<br />
<br />
—¿Qué pasa, Grant?<br />
—¿Qué pasa?<br />
<br />
Me lavo las manos también. Los grifos son de oro y lo demás de un blanco marmóreo y hay mucha luz.<br />
<br />
—Menuda fiesta...<br />
—La fiesta del fin del mundo, tío.<br />
<br />
Tengo un momento de duda, de bajón, de mal rollo.<br />
<br />
—¿Esto está bien, Grant? ¿Es la única solución?<br />
—No se me ocurre ninguna otra cosa mejor y a la vez tan bella y brillante.<br />
<br />
Y nos seguimos lavando las manos y nos miramos de reojo a través del espejo, quizás desconfiados, quizás avergonzados. Grant tiene dedos de pianista.<br />
<br />
—Oye, Grant. Nunca te lo he dicho, pero el Superman aquel que hiciste con Quietly era la leche.<br />
—Ya, gracias. Muy apropiado.<br />
—¿Si?<br />
—Ya sabes, lo que te alimenta te destruye, tío.<br />
—¿Lo que me alimenta te destruye? Creo que eso lo he oído antes en algún sitio...<br />
—Bueno... Angelina Jolie lo lleva tatuado en la pelvis.<br />
—Ah... debe de ser eso.<br />
—Sí, eso debe de ser.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-67374986308895243252014-03-13T10:09:00.000+01:002014-03-13T10:09:56.370+01:00Capítulo 59: La fiesta del fin del mundoArtur Mas se me acerca y me dice que me ha enviado la foto y que qué bueno, que qué broma. Yo no le acabo de oír, o de entender, entre la música, la gente, y el alcohol, sobre todo el alcohol. Patrick Hernández suena a todo volumen a través de una grandes altavoces colgados del techo. La gente vitorea al dj, le da gracias por hacerles sentirse vivos, se lo quieren follar. Hay champán. Hay hombres trajeados lamiendo el escote de mujeres adornadas con lentejuelas y diamantes. Hay sexo en los lavabos y polvos blancos. Hay guardaespaldas por todos partes, pajaritas y espesas cortinas de color beige. Hay globos, confeti y pancartas que nos desean un feliz 2014. Faltan quince días para fin de año y puede que parezca un poco pronto para celebrarlo, pero si el mundo se va a acabar esta noche será mejor que lo celebremos hoy.<br />
<br />
Aprovecho las últimas notas de la canción para quitarme a Mas de encima y necesito ir al servicio. Recorro los largos pasillos de este palacio de mármol y pan de oro, con cuadros que no había visto nunca de pintores que todos conocemos. Por aquí y por allí hay gente hablando con gente, tramando cosas, cuchicheando, flirteando. Hay copas y botellas por el suelo, hay ropa interior, hay promesas de amor.<br />
<br />
Finalmente encuentro unos lavabos. Entro, me bajo la bragueta y meo, y mientras meo tengo algunos pensamientos sobre este último año, sobre Ana, Deivid y el largo adiós. Sobre las las puestas de sol, la musaka y las bolas de tomate frito. Sobre Claudia y un futuro pasado. Sobre los viejos amigos, Artur, Paco, Grant y Kurt; y sobre los nuevos, como el señor Casals. Sobre las fiestas, el lujo y los coches caros. Y también sobre este día, sobre el plan.<br />
<br />
Tiro de la cadena, y mientras me subo la cremallera miro por una ventanilla que da al exterior, a la profundidad abisal. Está oscuro y no veo nada. Quizás la silueta de un pez, a lo lejos, que se acerca. Se acerca lentamente y se pega al cristal, como si su boca fuera una ventosa, como una sanguijuela. Y parece como si me quisiera decir algo, algo así como:<br />
<br />
—Sal de aquí.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-34269796872896451382014-03-12T11:05:00.000+01:002014-03-12T11:05:47.692+01:00Capítulo 58: Sábado, 06:30El calabozo es un lugar igual de gris y triste que el resto de dependencias de la comisaria. No entra la luz natural y sólo un pequeño fluorescente ilumina esta celda de apenas cuatro metros cuadrados. Y parpadea insoportablemente y hace frío. Acurrucado sobre la cama, leo el tebeo de Superman. Va de unos marcianos que capturan al kryptoniano y le dicen que él los creó.<br />
<br />
—¿Está bien o qué?<br />
<br />
Una voz.<br />
<br />
—¿Cómo?<br />
—El tebeo, que si está bien o qué...<br />
—¿Quién eres? ¿Dónde estás?<br />
—Estoy aquí, en la celda de al lado. Te he visto entrar con el tebeo. ¿Está bien o qué?<br />
—Bueno... Es una mierda en realidad.<br />
—Ya... Es difícil hacer buenas historias de Superman.<br />
—Sí, supongo...<br />
—Quiero decir... ¿Cómo escribes una historia sobre un tipo que es el más poderoso del universo?<br />
—No sé... Supongo que con una raza de superalienígenas...<br />
—Ya, pero sigue siendo el tipo más poderoso del universo...<br />
—Sí, quizás, no sé...<br />
—¿Has leído el Superman de Grant Morrison, el que dibujó Frank Quietly?<br />
—No, no... Me temo que soy más de Spiderman...<br />
—Ah, eres de esos...<br />
—¿De “esos”?<br />
—De esos a los que les gusta Sipiderman...<br />
—Ah... Sí, supongo que sí...<br />
—Pues tendrías que leerlo. Porque lo que te alimenta te destruye, tío. Lo que te alimenta te destruye...<br />
—Ya...<br />
—¡Señor González!<br />
<br />
Es la voz de uno de los policías.<br />
<br />
—¿Sí?<br />
—Ya puede hacer esa llamada...<br />
<br />
El poli me saca de la celda y yo, un poco por colegueo y un poco por curiosidad, me asomo a la de al lado para saludar a mi misterioso compañero. Pero la celda está vacía.<br />
<br />
—¿Oye, en esta celda no había alguien?<br />
—No.<br />
—¿Y en las otras?<br />
—No. Todas las celdas de esta zona están vacías. Aquí tiene el teléfono. Marque el cero.<br />
<br />
Saco un trozo de servilleta arrugado del bolsillo trasero de mi pantalón. Ahí tengo apuntado el teléfono del señor Casals. Marco el cero y después el resto de los números.<br />
<br />
—¿Señor Casals?<br />
—¡¿Si?!<br />
<br />
Hay jaleo de fondo, gritos y música, una fiesta loca. Imagino ríos de cava, mujeres desnudas, coca.<br />
<br />
—¡Señor Casals, soy David, David González!<br />
—¡¿Quién!?<br />
—¡David!<br />
—¡¿David!? ¡¿Por qué me llamas por teléfono!?<br />
—¡Verá, lamento mucho no haber podido asistir a la convención! ¡Me hacía mucha ilusión, pero me ha surgido un contratiempo!<br />
—¡¿Qué!? ¡¿Pero qué dices!? ¡Ja, ja, ja! ¡Si te tengo delante! ¡Ja, ja, ja! ¡Estos escritores!<br />
—¿Cómo...? ¡¿Cómo dice?!<br />
—¡Artur! ¡Artur, mira, ven, ven! ¡Ja, ja, ja! ¡Tengo a David al teléfono! ¡Ja, ja, ja! ¡Dice que lamenta no haber podido venir! ¡Ja, ja, ja!<br />
—¡¿Oiga, oiga!? ¡¿Con quién habla!? ¡Le digo que estoy aquí!<br />
—¡Ja, ja, ja! ¡Artur, hazle una foto! ¡Hazle una foto, Artur! ¡Ja, ja,ja!<br />
—¡Oiga! ¡Escúcheme!<br />
—¡David! ¡David! ¡Mira al pajarito! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Envíasela, Artur, envíasela!<br />
—¡Oiga, que le digo que...!<br />
<br />
Pero ha colgado. Yo le grito al policía:<br />
<br />
—¡Mi móvil! ¡Necesito mi móvil!<br />
—No, sé si...<br />
—¡Joder! ¡Dame el puto móvil! ¡Ni siquiera estoy detenido!<br />
<br />
El agente me lleva a recepción y le indica a un compañero que saque mis cosas. Las deja sobre el mostrador y yo agarro el móvil como se agarra una cantimplora en el desierto, la última talla M en las rebajas, el brazo de una madre el día de tu primer baño. Tengo un whatssapp. Es de un número que no reconozco. Lo abro. El whatssapp me lo envía Artur Mas, el presidente de la Generalitat de Catalunya. Y el mensaje es una foto. No hay ningún texto, sólo una foto, y en a la foto aparezco yo mi mismo en un lugar en el que no estoy, con una gente a la que nunca he visto. Todo es muy lujoso y de color beige, y al fondo aparece una gran pancarta en la que se puede leer: ¡FELIZ 2014!David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-46974506506056092792014-03-11T10:54:00.001+01:002014-03-11T10:54:54.392+01:00Capítulo 57: Sábado, 05:30—Una mochila, una cartera, unos billetes de avión... un móvil y... ¿un tebeo?<br />
—Sí, era para el viaje...<br />
—Y un tebeo de... Superman... Vale. Pase a esa sala, por favor.<br />
—¿Voy a tener que esperar mucho?<br />
—No sé.<br />
—¿Me puede devolver el tebeo?<br />
<br />
La comisaria de los Mossos de Escuadra es un lugar gris y triste, como lo debe de ser el infierno. Huele moho y ropa sucia y la luz es la luz de un día de invierno. Un par de agentes me acompañan a un pequeño despacho, un zulo de pladur. Por el camino cruzo miradas de complicidad con mujeres golpeadas y hombres sin cartera.<br />
<br />
—Tome asiento, por favor.<br />
<br />
El Comisario Gordillo es un hombre de unos 50 años, delgado, con gafas, bigote y aliento a tabaco. Lleva una americana de franela de hace dos décadas y una alianza en el dedo anular. Tiene esa actitud tan de <i>Brigada Central</i>, tan de Colombo. No sé si es un Mosso d'Esquadra o otra cosa, pero no le pregunto. No lo parece, en todo caso.<br />
<br />
—¿Qué hacía en el aeropuerto, señor González?<br />
—Me han invitado a un congreso.<br />
—¿A un congreso?<br />
—Sí.<br />
—¿En Grecia?<br />
—Sí.<br />
—¿En Santorini?<br />
—Sí.<br />
—¿Un poco repentino, no?<br />
—Bueno, me llamaron ayer. Se ve que tuvieron una baja. Me llamaron. Tengo un mensaje en mi contestador.<br />
—Ya.<br />
—¿Ya?<br />
—Sí, hemos estado en su piso. Hemos oído el mensaje.<br />
—¿Han oído el mensaje?<br />
—Sí.<br />
—Bueno, pues... no sé. ¿Eso es una coartada o algo, no?<br />
—Bueno, sí... Pero le dije que no saliera del país...<br />
—Creo recordar que sólo me lo sugirió.<br />
—Puede, puede...<br />
—Verá, señor comisario. Me gustaría ir a ese de congreso. Es una oportunidad interesante. Estoy a punto de acabar mi segunda novela y...<br />
—<i>No estoy aquí ahora</i>.<br />
—¿Cómo?<br />
—<i>No estoy aquí ahora</i>. Es un buen título.<br />
—¡¿La ha leído?!<br />
—Bueno, sólo cómo parte de la investigación.<br />
—¡¿Qué investigación?!<br />
—La de la muerte de Sergio Vila.<br />
—¡¿Y qué tiene que ver mi novela con la muerte de Sergio Vila?!<br />
—No sé, dígamelo usted.<br />
—¡No, no! ¡Dígamelo usted!<br />
—Verá... hemos encontrado algunos parecidos razonables entre su novela y la realidad.<br />
—¿Cómo?<br />
—¿Supongo que el nombre de Antonio Carril le resulta familiar?<br />
—Sí... Sí, es un personaje de la novela. Al principio le quise dar bastante protagonismo. Pero acabé matándolo bastante rápido.<br />
—¿Matándolo?<br />
—Bueno, ya sabe. Es jerga de escritor. Que me lo ventilé a la primera de cambio.<br />
—Ya...<br />
—¡Es una novela, joder!<br />
—Mire, señor González. Será mejor que pase la noche aquí...<br />
—¡¿Cómo?! ¡No pienso dormir en un puto calabozo!<br />
—Sólo esta noche, de momento.<br />
—¡¿Y bajo qué acusación?!<br />
—Bueno... es más bien por su seguridad, señor González.<br />
—¡¿Por mi seguridad¡? ¡Explíqueme eso!<br />
—No sabría cómo explicárselo, señor González. Será mejor que se calme...<br />
—¡¿Calmarme!? ¡¿Calmarme!? ¡Quiero un abogado! ¡No tiene derecho a retenerme aquí! ¡No tiene nada contra mí!<br />
—Siéntese, por favor.<br />
—¡No tiene nada!<br />
—Siéntese, señor González.<br />
<br />
De repente, tengo un par de agentes al lado. Me sacan un par de cabezas y no tienen cara de buenos amigos. Así que, sí, me siento y me calmo.<br />
<br />
—Verá, señor González. No sé cómo explicarle esto. Es, ciertamente, una situación inusual...<br />
—Pruebe. Últimamente están sucediendo cosas inusuales...<br />
—Tenemos una patrulla en su piso, ahora mismo. Ahora mismo están allí...<br />
—¿Y?<br />
—Y nos dicen que usted está en su piso. Ahora. Usted está en su piso...David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-57392134824448958422014-03-10T10:40:00.001+01:002014-03-10T10:40:54.353+01:00Capítulo 56: Sábado, 04:00El único vuelo directo a Santorini sale a las cuatro de la mañana. Creo que hacía un siglo que no veía el número cuatro en el reloj. No al menos después de levantarme. Sí antes de acostarme. Me tomo un par de pastillas para el mareo en el aeropuerto y las hago bajar con un café caliente y una hamburguesa de un euro. Hay gente con cara de importante, demasiado hombre sólo y azafatas tristes. Hay jugadores de baloncesto y jóvenes mochileros. Hay niños gritando, mucho ruido y hace frío, y el suelo brilla tanto y refleja tanto que creo que me he tomado las pastillas demasiado tarde. Las cafeteras parecen locomotoras del lejano oeste, las ruedecitas de las maletas chirrían con mala leche y hay algo ahí, de fondo, sonando sin parar, clavándose en el oído. Huele a patatas fritas. Huele a perfumes. Huele a látex y a lejía.<br />
<br />
—Pasajeros con vuelo destino a Santorini. Embarquen por puerta 29.<br />
<br />
Apuro el café, recojo mi abrigo y mi ligero equipaje, una bolsa en bandolera muy de los años 70, a lo Robert Redford en<i> Los tres días del Cóndor</i>. Y de camino a la puerta número 29, a lo largo de este pasillo sin fin, continúo oyendo ese sonido en mi cabeza, ese repiqueteo insistente. Débil e irreconocible, pero molesto como el <a href="http://grooveshark.com/#!/album/Miedo+Al+Zumbido+De+Los+Mosquitos/5875575">zumbido de los mosquitos</a>.<br />
<br />
Al llegar a la puerta 29 me encuentro con la cola de rigor. Da igual que los asientos estén numerados. Siempre hay cola. Y como no me gusta hacer cola, me siento en uno de los bancos, a esperar junto a tres o cuatro personas a las que tampoco les debe gustar hacer cola.<br />
<br />
Consulto el móvil: le echo un ojo a Twitter, pongo algún “Me gusta” en Facebook y respondo un par de correos con un “LOL” o un “WTF?”. Nada importante. A mi lado se ha sentado un tipo mayor, con un grueso abrigo de pana, un sombrero negro y un bigote a lo Aznar. No deja de mirarme de reojo. Una y otra vez. Primero pienso que es un cotilla o un viejo verde. Pero entonces comienza a mirar alrededor, buscando algo, como si él también oyera ese runrún asesino. Y entonces se levanta. Quizás ha identificado la fuente. Se levanta y avanza hacía una columna, enfrente, a unos diez metros. En la columna hay un teléfono público. Se lo queda mirando unos instantes, como si no estuviera seguro de qué hacer. Y descuelga. Se lleva el auricular a la oreja y dice:<br />
<br />
—¿Diga?<br />
<br />
Y parece que alguien responde al otro lado. Se tapa con la mano la oreja izquierda para oír mejor. Mira a su alrededor. Mira hacia aquí. Me mira a mí y asiente con la cabeza. Y deja auricular sobre la cabina y vuelve. Se planta aquí delante y dice:<br />
<br />
—¿Señor González?<br />
—¿Si?<br />
—Es para usted.<br />
—¿Para mí?<br />
—Creo que sí...<br />
—¿Y ha dicho quién es?<br />
—La policía. Ha dicho que es la policía.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-50112321742232276002014-03-09T12:40:00.002+01:002014-03-09T12:40:45.462+01:00Capítulo 55: Viernes, 12:30Vuelvo a casa, emocionado, con ganas de escribir, de contar cosas. Releo el borrador, lo corrijo, cambio algunos nombres, modifico algunos elementos, soy un poco más sincero conmigo mismo. Y empiezo a escribir páginas, material nuevo. Se me ocurren algunos giros, se me ocurre un final. Ahora sé de qué va la novela.<br />
<br />
Dos horas después suena el móvil. Es Lola:<br />
<br />
—Lola. Ya está, ya lo tengo.<br />
—¿Ya está de verdad?<br />
—Sí, sí. Ya está. Mira, te lo estoy mandando.<br />
—¿Oye, no será verdad que la novela se titula <i>Freaky Life</i>? Eso es una mierda. Sólo la van a comprar los friquis.<br />
<br />
Suena el teléfono. El fijo.<br />
<br />
—Eh... No, no... ¿Quién te ha dicho eso?<br />
—¿Cómo?<br />
<br />
Suena.<br />
<br />
—¿Que quién te ha dicho eso?<br />
—Tú, David... Me lo dijiste por e-mail...<br />
<br />
Suena.<br />
<br />
—Ah... pues... No, no. Era un título provisional.<br />
—¿Y cómo se titula?<br />
—Pues...<br />
<br />
Y salta el contestador: "Hola. Soy David y no estoy aquí ahora. Deja tu mensaje y ya te llamaré."<br />
<br />
—<i>No estoy aquí ahora</i>.<br />
—¿Cómo?<br />
—<i>No estoy aquí ahora</i>. Ese es el título.<br />
—Vale, vale... Tú mismo. Al menos es más normal que <i>Freaky Life</i>... Envíamelo ya.<br />
—Enviado.<br />
<br />
Lola Cuelga. Alguien deja un mensaje en el contestador:<br />
<br />
—Sí, hola... ¿Señor González?<br />
<br />
Una voz agradable y aterciopelada de hombre mayor de clase burguesa catalana.<br />
<br />
—Señor González. Le llamo del grupo de opinión Tribuna Popular. Nos gustaría invitarle a unas jornadas que hemos organizado con escritores, periodistas y políticos este fin de semana. Llevan por título <i>Identidades nacionales en los tiempos de la postglobalización</i> y nos encantaría contar con su presencia. No deje de ponerse en contacto con nosotros. Es urgente. Las jornadas comienzan mañana. Hemos tenido una baja de última hora y... bueno, en fin... Tenemos una vacante y nuestro grupo corre con los gastos del viaje, por supuesto. Las jornadas tendrán lugar en Santorini, Grecia. ¿Lo conoce? Es un lugar maravilloso... ¡Se come de maravilla! Llámeme. Puede localizarme en el...David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-18491487583918790392014-03-08T09:39:00.000+01:002014-03-08T09:39:31.442+01:00Capítulo 54: Viernes, 11:30En el metro huele a pelo graso, poliéster y comino. Es el olor de la clase media. La gente va y viene del trabajo, y de la cola del paro, de la compra. Los periódicos han sido substituidos por libros digitales y los teléfonos inteligentes, que no dicen nada de la inteligencia de quienes los usan. Sus caras y los sonidos que emiten sus trastos los delatan: están jugando a puzles y simulaciones de vidas perfectas. Yo me mareo, en cualquier tipo de vehículo me mareo, así que no puedo leer ni jugar a nada. Me dedico a observar, a la gente, las cosas. Las caras que ponen, las ropas que llevan, los gestos que hacen... Y también me miro a mí. Observo mi reflejo en las ventanas del metro, que se convierten en un espejo negro al circular bajo tierra. Observo mi cara, mi pelo, mi ropa, a mí mismo en singularidad y en conjunción con la gente que me rodea. Y es ahora, mirándome, que observo algo raro en el reflejo. Como sí, no sé, hubiera algún tipo de retardo en la imagen que me devuelve. Levanto la mano, y mi reflejo tarda al menos un segundo en hacerlo. Saludo, y tarda otro segundo en imitarme. Esto, de por sí, ya es bastante raro. Pero lo más raro, lo peor, el fin del mundo, es que no me reconozco en el cristal. O sea, sí, soy yo, con mi cara y mis manos, pero no soy el yo de ahora. Soy el yo de hace un segundo. Y esa diferencia se me hace insoportable y, a la vez, me ilumina.<br />
<br />
—Diga.<br />
—Teresa...<br />
—Dime, David.<br />
—Ya sé de qué va la novela.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-87851326732336314832014-03-07T10:11:00.000+01:002014-03-07T10:11:15.759+01:00Capítulo 53: Viernes, 10:30—Hola, David.<br />
—Hola, Teresa.<br />
<br />
Teresa es mi mentora, literariamente hablando. He quedado con ella para hablar de la novela.<br />
<br />
—Bueno, en fin. ¿Qué te ha parecido?<br />
<br />
Le pasé el borrador la semana pasada. Lo sé porque hay e-mails que lo atestiguan. El calendario del móvil me ha recordado esta mañana que teníamos una cita.<br />
<br />
—Mira, David... Esto no hay por donde cogerlo.<br />
—Me lo temía...<br />
—¿Tú te lo has revisado?<br />
—Me temo que no, verás, está última semana ha sido un poco rara...<br />
<br />
Teresa me mira como se mira a un hijo que ha vuelto a casa.<br />
<br />
—Mira... veo lo que pretendías. Lo entiendo. No sé si ningún editor querrá publicarlo, ya sabes. Van a lo que van. Pero veo tu intención y me parece bien. Tiene un rollo irónico muy potente y una estructura de folletín que engancha. Pero llega un momento en el que todo resulta muy confuso. O sea, no cierras nada, todo queda abierto, y el lector debe retener demasiadas cosas en la cabeza...<br />
—Ya, bueno... Aún tengo que revisarla...<br />
—Además, aquí te has equivocado, mira...<br />
<br />
Teresa me muestra el capítulo 45.<br />
<br />
—Mira, aquí has puesto David. Has cambiado el nombre al protagonista.<br />
—¿Cómo?<br />
—Que a partir de aquí al protagonista lo llamas David en lugar de Alberto. Creo que es una señal de que has perdido el control...<br />
—¿Alberto?<br />
—Sí, pero bueno, ese no es el mayor problema...<br />
—¿Ah, no?<br />
—No.<br />
—¿Y cuál es?<br />
—David, ¿de qué va la novela?<br />
—Pues, de viajes en el tiempo y...<br />
—No, no. ¿Sobre qué trata? ¿De qué habla? ¿Cuál es el tema?David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-6209099914000222202014-03-06T09:33:00.000+01:002014-03-06T09:33:09.998+01:00Capítulo 52: Jueves, 21:00En la puerta del piso de Sergio aún hay un precinto de los Mossos d'Esquadra, como en la películas, pero rojo y azul en lugar de amarillo. No es muy difícil quitarlo, pero la puerta está cerrada con llave. No como en las películas. Llamo al timbre de la señora Paquita, la vecina, nos conocemos y tiene una copia de la llave. Me la da. No hay problema. Hay confianza.<br />
<br />
La casa está a oscuras y no hay corriente. Avanzo por el pasillo alumbrando el camino con la pantalla del móvil, pero apenas veo más que unos bultos. Si no fuera porque he estado aquí antes mil veces no podría llegar hasta el salón, hasta la ventana, y subir la persiana. La luz de las farolas de la calle entra en la estancia, una luz naranja infierno que lo ilumina todo con mucha dramaturgia.<br />
<br />
Es entonces cuando lo recuerdo todo con claridad. El cuerpo sin vida de Sergio, la prensa, las preguntas de la policía. Hay libros por el suelo, cristales rotos, desconchones en la pared y sangre seca. Hay signos de pelea, hay botellas vacías de marcas extrañas. Hay huellas y esos cartelítos numerados de la policía, señalando el lugar de la pruebas recogidas. Hay ropa tirada por el suelo y hay un tebeo de Superman sobre la mesita. Lo recojo, lo ojeo, y me siento en el sillón de la sala de estar a leerlo, con está luz de infierno. Pero entonces suena el teléfono.<br />
<br />
—¿Diga?<br />
<br />
No contestan. Sólo oigo interferencias y ruido.<br />
<br />
—¿Diga?<br />
<br />
Y cuelgan. Así que me vuelvo a sentar el el sillón, con el tebeo de Superman, con está luz. Pero suena de nuevo el teléfono. Lo descuelgo, pero esta vez no digo nada y espero a que la persona que hay al otro lado de el primer paso:<br />
<br />
—¿Sergio?<br />
—Sergio no está.<br />
—Ah... ¿Quién es?<br />
—¿Quién es usted?<br />
—Un amigo. ¿Y usted?<br />
—-Un amigo también. Oiga, se oye fatal... ¿No puede moverse un poco?<br />
—Sí, a ver... Estoy buscando a Sergio.<br />
—Ya. Pues no está.<br />
—¿Y sabe cuando volverá?<br />
—No creo que vuelva.<br />
—¿Cómo?<br />
—Que no creo que vuelva...<br />
—¿Qué quiere decir?<br />
—Que no va a volver.<br />
—¿Y sabe dónde puedo encontrarle?<br />
—No sé. Déjeme su número y ya le llamará...<br />
—¿Cómo?<br />
—Que me deje su número, ya le llamará...<br />
—¿Que cómo va a llamarme si no va a volver?<br />
—No sé, ya volverá, supongo. Se lo puedo dejar a la vecina.<br />
—Oiga... Oye...<br />
—Tío, te escucho fatal...<br />
—Oye, gilipollas. Esto es muy raro y no estoy de humor. Dime dónde coño está Sergio.<br />
<br />
Y cuelgo. No sé, por miedo. O por hacerme el duro. Me quedo un rato al lado del teléfono, esperando a que vuelva a sonar, con el corazón palpitando. Pero no suena. Así que vuelvo al sillón, al tebeo, a la luz... Y, entonces, sí, vuelve a sonar.<br />
<br />
—¿Si?<br />
—Oye, mira. Vamos a empezar de nuevo otra vez.<br />
—Vale.<br />
—Vale, pues. ¿Está Sergio?<br />
—No, no está. ¿Quién pregunta por él?<br />
—Un amigo.<br />
—Pues no está. Le puedo dejar una nota...<br />
—Sí, por favor.<br />
—Espere, que cojo papel y boli...<br />
<br />
Cojo el tebeo de Superman y un rotulador rojo que hay en el suelo. Es demasiado grueso, de esos para pintar en las paredes.<br />
<br />
—Dígame.<br />
—Dígale que no abra la puerta. Que no abra la puerta a nadie. ¡A nadie! Y sobre todo que no se la abra a David González. Sobre todo, a él no.<br />
—¿Puede repetir eso? Le oigo muy mal...<br />
—¿Todo?<br />
—No, el nombre.<br />
—David González.<br />
—¿David González?<br />
—Sí, David González.<br />
—¿Y porqué no puede abrirle la puerta a David González?<br />
—¿Lo conoce?<br />
—No..<br />
—Pues dígale sólo eso. Que no abra la puerta.<br />
—Que no abra la puerta...<br />
—¿Lo ha apuntado bien?<br />
—Sí, sí. Que no abra la puerta.<br />
—Sobre todo a David González.<br />
—De acuerdo, de acuerdo...<br />
—¿Y quién le digo que ha llamado?<br />
—Alberto.<br />
<br />
Suena mi móvil.<br />
<br />
—Espere, tengo que dejarle. Me llaman al móvil.<br />
—¡No! Mejor dígale que ha...<br />
—Sí, sí. Tengo que colgar. Gracias.<br />
<br />
Cuelgo.<br />
<br />
—¿Diga?<br />
—¿David González?<br />
—Sí, soy yo.<br />
—Soy el comisario Gordillo. Nos conocimos hace unas semanas...<br />
—Sí, sí... Dígame.<br />
—¿Puede decirme qué hace en el piso de Sergio Vila?<br />
—¿Cómo? ¿Me está vigilando?<br />
—No. Estamos vigilando el piso de Sergio Vila...<br />
—Ya...<br />
—He venido a... he venido a recoger un tebeo.<br />
—¿Un tebeo?<br />
—Sí, un tebeo se Superman.<br />
—¿Y cree que ese es motivo suficiente para saltarse el precinto de la policía, señor González?<br />
—Bueno, es un tebeo importante...<br />
—Señor González. Será mejor que no salga del país...David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-32245593577068444682014-03-05T09:00:00.000+01:002014-03-05T09:00:43.374+01:00Capítulo 51: Jueves, 17:00No puedo escribir. No puedo ni siquiera releer lo que he escrito. No es que no pueda abrir el documento, que esté dañado o algo; no es que se haya borrado o que la pantalla del ordenador no funcione o que se haya ido la luz. Simplemente no puedo. Como en <i>El Ángel Exterminador</i>. No puedo.<br />
<br />
Y si no se puede, no se puede; así que me voy a dar una vuelta, para airearme. Llamo a Sergio, un buen amigo de la universidad, a ver si quiere ir a echar un ojo a la tienda de cómics o a hacer unas birras. Pero no contesta. No contesta ni al móvil ni al fijo. Le mando un wathsapp pero creo que ni siquiera lo recibe. Así que bajo, yo sólo, al centro, fumándome un pitillo, con el sol en la espalda, tarareando algo que no es <i>Verano Azul</i> pero se le parece.<br />
<br />
De camino me llega un SMS. Es Lola, que me dice que no le he mandado aún el borrador, que se lo mande. Yo le contesto que sí, que ya se lo he mandado, pero que igual no le ha llegado, que ahora se lo reenvío. Pero no se lo reenvío, claro. Y bajo, hacia el centro, fumando un pitillo, con el sol en la espalda, tralará.<br />
<br />
Hago parada para tomar una cerveza en el bar de Mario. Mario es un tío guay; perilla, pelo largo, pendiente en la oreja. En la parroquia de su bar hay un poco de todo, desde el borracho cinquentón que se pasa el día enganchado a la tragaperras hasta los perroflautas del barrio. Aquí se habla de fútbol y también de Godard. Aunque no he visto a nadie hablar de Spiderman, eso no.<br />
<br />
—Ponme una birra, Mario.<br />
—¡Hombre, David! ¿Se te había tragado la tierra, maricón?<br />
—Pues casi, supongo.<br />
—¡Hace más de una semana que no se te ve el pelo! ¡Y vaya pelo! ¡Estas hecho un asco, tío! ¿Y qué son esas ojeras?<br />
<br />
Me da una palmadita de hombretón en el brazo y casi me tira del taburete. Yo toso patéticamente.<br />
<br />
—¡Cof, cof! No sé, tío... Creo que he estado enfermo, cof, cof...<br />
—Venga, eso lo arregla un blacandequer<br />
—No, tío, es muy pronto...<br />
—¡Marchando un blacandequer!<br />
<br />
Un “blacandequer” es una especialidad de la casa, tomen nota: dos partes de Jägermeister por una parte de Fernet Branca, otra de licor de café y otra de vodka. Levanta a un muerto. O le acerca a uno un poco más a la tumba.<br />
<br />
—¡De un trago!<br />
—De un trago...<br />
<br />
Me lo bebo y noto como me perfora el estómago.<br />
<br />
—Oye, Mario. ¡Cof, cof! ¿Has visto a Sergio?<br />
—¿A Sergio?<br />
—Sí, a Sergio. No sé, tío, no me coge el teléfono...<br />
—David...<br />
—¿Qué?<br />
—Sergio está muerto, tío... Murió el mes pasado. Fuimos juntos a su entierro...David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-36033368010199668432014-03-04T08:48:00.001+01:002014-03-04T08:48:14.528+01:00Capítulo 50: Jueves, 09:00Oigo una melodía. Es un politono insoportable de esos de toda la vida, pero ya no sé si es una llamada, una alarma o una notificación de algo. No lo recuerdo ni lo identifico. Y no veo nada, no puedo abrir los ojos, y me duele la cabeza, como después de una buena borrachera. Hace frío y noto que voy desnudo y que sólo una fina sábana me cubre. La boca me sabe a rayos y está pastosa como el coño de una adolescente. La ropa de cama se hace un nudo entre mis piernas, el móvil no deja de sonar y acabo por caer al suelo, un poco nervioso, tengo que reconocerlo, porque no sé dónde estoy ni quién soy, si conservo todas las partes de mi cuerpo, si estoy vivo o muerto...<br />
<br />
—¿Diga?<br />
—¿David? ¡Joder, David! ¡Llevo una puta semana llamándote! ¿Dónde coño te has metido?<br />
—Sí... ¿Quién es?<br />
—Joder, estás otra vez borracho, cabrón. ¡Dúchate! ¡Dúchate y vuelve a llamarme, gilipollas!<br />
<br />
Me ducho y poco a poco la realidad toma forma. Me llamo David González, tengo 33 años, soy periodista y vivo en Barcelona. Estoy en el paro desde hace dos años, pero voy tirando porque soy el último Premio Universo de Literatura Fantástica. Eso son unos diez mil euros, menos impuestos. Hoy es 12 de diciembre de 2013. Lo que no recuerdo exactamente es donde he estado la última semana, ni porque me encuentro como si me hubieran dado una paliza. Pero un montón de botellas vacías, colillas y bolsas de farmacia me dan algunas pistas.<br />
<br />
La que me ha llamado es Lola, mi editora. No le caigo muy bien, ni ella tampoco a mí. Aunque me la follaría. Me la casco pensando en ello cada día. Estamos condenados a entenderos porque tengo un libro apalabrado con su editorial. Va con el premio; la publicación de una segunda novela. Así que ella está un poco obligada a editarme y yo un poco a escribir otro libro. No contaba con ello, la verdad. No veía la necesidad de escribir otro libro.<br />
<br />
Mi primera novela se titula <i>Plan de fuga</i>. Trata de un hombre que no se encuentra a sí mismo y toda esa mierda. Emprende un viaje haca la iluminación en el que se encuentra con el mismo diablo y acaba metido en una trama terrorista china para acabar con el sistema capitalista. Por el camino, claro, se enamora, y es un amor imposible. La critica dijo cosas como “rompedora” o “González es el estandarte de una nueva generación de escritores”, pero eso son cosas que se dicen para vender libros. Vuelve a sonar el teléfono.<br />
<br />
—Dime, Lola.<br />
—¿Ya eres persona, o qué?<br />
—Sí, sí... Dime...<br />
—¿Dónde está la puta novela?<br />
—Ya, casi... Ya casi está, me falta un final.<br />
—¡Pues la quiero para ayer!<br />
—Sólo me falta el final, y hacer algunos arreglos...<br />
—¡Y una mierda! ¡Mándame lo que tengas!<br />
—¡No, no! Eso no puede ser. No está lista.<br />
—Mándame lo que tengas, David. No voy a imprimir una mierda sin sentido. Quiero ver lo que estas escribiendo.<br />
—Eso no me parece...<br />
—¡Me importa una mierda lo que te parezca! ¡No voy a publicar otra basura como Plan de fuga! ¡Envíame lo que tengas ya!<br />
<br />
Pues eso, que no le caigo bien. Y mi primera novela le parece “una basura”. Así que entiendo que no le haga ninguna gracia publicar mi segundo libro. Ella no me votó en los premios Universo, votó por Marina Calpe y su novela sobre mujeres acomplejadas y menopausicas en un presente distópico gobernado por hombres de iglesia. Eso sí que era una mierda de las gordas.<br />
<br />
De camino a la cocina le echo un ojo al móvil y está lleno de mensajes por leer. El Whatssap echa humo, tengo cientos de correos electrónicos y sólo pensar en entrar en Facebook me da pánico. Así que paso de todo eso.<br />
<br />
La cocina está hasta arriba de platos por fregar, botellas vacías, vasos rotos y hojas de periódico. Hay restos de comida por todas partes y en el café flota una gran isla de moho, como en la historia aquella del <i>Creepshow</i> en la que unos adolescentes se lanzan a un lago y una mancha los devora. Pues así. Vacío la cafetera, le doy un fregado rápido y preparo café. Café recién hecho. Café caliente y cigarrillos. Levanto las persianas y un sol radiante de domingo me da los buenos días. Pero es jueves.<br />
<br />
Al encender el ordenador, lo mismo. Un montón de mensajes, un montón de correos, una montaña de morralla imposible de afrontar. Puede que entre toda esa mierda haya alguna pista de lo que ha pasado esta semana, dónde he estado y con quién he hablado. Pero no tengo tiempo para eso, tengo una novela que acabar.<br />
<br />
<i>Freaky Life</i> es una novela impublicable, al menos de momento. Un absoluto sinsentido sobre viajes en el tiempo y marcianos, con una historia de amor de por medio y una trama política de fondo. Supongo que al principio me pareció una buena idea, pero ahora mismo no creo que tenga forma. Intento pensar en ella y la trama se me escapa. Ni siquiera recuerdo el nombre de los personajes. No recuerdo qué he escrito, qué he descartado y qué es real. Porque, sí, he cometido ese estúpido error de mezclar mi vida en la trama. Joder, eso es una cagada. Todo el mundo lo sabe.<br />
<br />
Abro el documento y compruebo que, satisfactoriamente, ya he escrito 49 capítulos y unas 130 páginas. “Bueno”, pienso, “eso ya se considera una novela corta”. “Sólo tengo que rematarla”. Y escribir un final no es muy difícil. Siempre es lo peor de un libro. De un libro o de lo que sea. Recuerdo muy pocos finales buenos. <i>El Planeta de los Simios</i>, eso sí era un final.<br />
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Enciendo la tele, porque me gusta trabajar con ruido de fondo, y Artur Mas anuncia la fecha para la consulta soberanista de Cataluña. Será el 9 de noviembre de 2014.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6049231850313398066.post-26771419837216912332014-03-03T10:21:00.000+01:002014-03-03T10:21:36.309+01:00Capítulo 49: “Y” y no “o”Me despierta de un sueño nada reparador un poli, aporreando el capó del coche. Me dice algo en griego que no entiendo, pero que debe de ser que aquí no se puede aparcar o que deje de gandulear. Le digo “que sí, que sí” con un gesto y arranco el coche. Es de día.<br />
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Aparco no muy lejos; a unos quinientos metros hay un descampado lleno de coches. Hace un frescor agradable, los pájaros cantan y el aire parece limpio. Un sol de invierno me lame la cara.<br />
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Camino un poco sin rumbo hacia el centro de la ciudad, en ese momento del día en el que se encuentran los guiris más madrugadores y los que aún no se han acostado. Unas típicas mamas griegas salen a la calle armadas con escobas y cubos y recogen los restos del botellón de la noche anterior. En la primera plazita que encuentro, un tipo vende helados y porciones de pizza. Le compro una de peperoni y tengo que esforzarme para recordar que estoy en Grecia y no en Italia.<br />
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Las calles son cada vez más estrechas y más imbricadas, y recorren un acantilado en dirección al mar, a un pequeño puerto con cuatro barcas cutres. Huele a zoo, porque los turistas bajan hasta allí en burro, y su hedor animal se mezcla con los vómitos y los orines de la fiesta.<br />
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En el puerto imagino que me enciendo otro pitillo y me siento en el espigón como si aquí no pasara nada, como si no hubiera nada más que hacer que esperar. No es porque sí. Lo he soñado, o lo he visto; no lo sé. Lo vi mientras estuvimos en la cabaña, en el bosque. Tuve unos sueños que no podían ser otra cosa que premoniciones. Y si la visión es cierta, esto es el fin y aquí acaba todo. Por eso estamos aquí, Ana, Deivid y yo<br />
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—¿Es usted Alberto?<br />
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Un tipo sobre una pequeña barca de manera se ha plantado a mi lado. Me pregunta si soy un tal Alberto. Lleva una barba larguísima y un hábito, como el de un monje, con una capucha que le cubre la cara.<br />
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—¿Alberto Vellerino?<br />
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Estoy apunto de decirlo que no, que me llamo David. Pero ese nombre me golpea y me deja KO.<br />
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—Y David... ¿Es usted David?<br />
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Todo se mueve y se deforma. Los sonidos rebotan, como ecos insoportables que se superponen entre ellos. Y la luz del sol me quema los ojos.<br />
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—¿Es usted Alberto Vellerino y David?<br />
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Pese a que todo a mi alrededor se tambalea, yo, mi existencia y el universo entero, conservo la lucidez necesaria para notar esa incógnita sutil en las palabras del barquero. Dice “y” y no dice “o”. Dice: “¿Es usted Alberto Vellerino y David?” y no “¿Es usted Alberto Vellerino o David?”. Y entonces me veo a mí mismo, sentado frente a un ordenador, en mi piso, tecleando esta frase, poniendo este punto y final.David G. Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/03300816895367029062noreply@blogger.com0