Capítulo 3: Lea mi libro

—Buenos días, señor Puche.
—Buenos días.
—¿Le importa que pida un café?
—En absoluto.
—¿Usted quiere algo?
—No, gracias.
—¡Un café, por favor! Gracias.
—Típico...
—¿Perdone?
—El típico periodista de café solo y barba de tres días. Usted, quiero decir.
—Eh... Sí, supongo.
—Es una imagen. Lo que usted proyecta, es una imagen, un arquetipo. Como el médico con bata blanca o el policía vestido de azul. Su uniforme es su barba de tres días, su café, su impostada dejadez y esa masculinidad tan demodé.
—Ya, bueno, sí... No le diré que no. Eh... ¿Le parece bien que encienda la grabadora ya?
—Adelante.
—¿Poemario del fin del mundo es una obra pesimista?
—¿Quién dice que le envía, hijo?
—Rodrigo Martínez. Es mi redactor jefe.
—Ya...
—¿Algún problema?
—¿Usted ha leído mi libro?
—Eh... No, verá... Es un encargo... De última hora, ya sabe. Pero no se preocupe, tengo unas indicaciones.
—¿Cómo?
—Unas indicaciones... Que no tiene que preocuparse, vamos.
—¿Tengo cara de preocuparme de algo?
—No, verá...
—Es más: ¿Tengo cara de tener que preocuparme de algo?
—Perdone, no quería decir eso...
—¿Y qué quería decir, eh, hijo? ¿Qué quería decir exactamente?
—Bueno, no he leído el libro, pero será un buen artículo. Entiéndalo, el periódico ha echado a gente y, ya sabe, vamos un poco de culo...
—¿De culo?
—Sí, de culo.
—Y eso significa que sólo publican mierda.
—¿Perdone?
—¡Mierda!
—No, no... Es coloquial. De culo, ya sabe...
—No, no sé.
—Agobiado, con prisas, a salto de mata... Ya sabe...
—Lo que sé es que la entrevista se ha acabado.
—¿Cómo?
—Lea mi libro, hijo.
—No tengo su libro, señor. Verá...
—La página 44. Léala.

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