Capítulo 21: Los buenos

Tras la puerta, un oscuro sótano. Artur Mas, Paco Puche y un par de tipos con aire de importantes.

Mas: Buenas noches, caballeros.
Todos: Buenas noches.
Mas: Les doy las gracias por estar aquí, por aceptar esta invitación sin haberles ofrecido demasiadas explicaciones. En seguida lo entenderán. No podía ser de otra manera.
Puche: Primero, las presentaciones. Al señor Mas y a mí ya nos conocen. A la izquierda tienen a Guillermo Chalud, embajador boliviano en China. A su lado, Peter Henry, gerente de una planta de encurtidos en Medford, Oregón. Y finalmente tenemos aquí a Alberto Vellerino, periodista.
Mas: Caballeros, creo que tienen unas fotografías...

Los tres invitados nos miramos dubitativamente, temerosos. En efecto, tenemos unas fotos, pero creíamos que era un secreto.

Mas: Venga, caballeros, no se preocupen: estamos en el mismo barco. Miren...

Mas busca en el bolsillo interior de su americana y Puche hace lo mismo, pero su chaqueta es de pana. Ambos sacan a la luz unas fotos y nos las muestran. Son dos fotografías distintas de la misma fiesta. Aparecen ellos mismo, rodeados de gente y lujo. En las dos instantáneas se puede leer, en pancartas y carteles: ¡FELIZ 2014!

Así que decidimos mostrar nuestras cartas, como se suele decir. Chalud y Henry sacan sus fotografías. Yo no la llevo encima, así que se la muestro a través del móvil. En efecto, las cinco imágenes parecen corresponder a la misma fiesta, una fiesta que aún no se ha celebrado.

Mas: Bien, caballeros. Como ven, estamos en el mismo barco.
Puche: Si no les importa, pasemos a esta otra sala.

Puche indica con la mano izquierda la dirección que nos invitan a tomar.

Mas: Por esa puerta, por favor.

Los tres invitados volvemos a mirarnos con desconfianza, miedo, cara de cordero degollado. Nos escudriñamos con recelo. Pero bueno, ¿quién puede tener una foto de una fiesta que aún no ha sucedido? Así que tomo la iniciativa y avanzo hacia la puerta. Chalud y Henry me siguen. Un paso, dos, diez. Diez largos pasos en silencio, con las espaldas descubiertas. Agarro el pomo, pero el pomo no gira. Empujo la puerta, pero la puerta no se abre. Tiro de ella, pero no cede. Estoy a punto de decir “no se abre”, pero no llego a hacerlo. Dos ensordeceros disparos me lo impiden. Cierro los ojos, me asusto, caigo al suelo, me protejo la cabeza con las manos, me duelo de los riñones, sufro una arritmia, me quedo helado, ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa. ¿He muerto?

Puche: Alberto... Alberto, levanta. No estás muerto.

Patéticamente abro los ojos, bajo los brazos. Me doy cuenta de lo que sucede. A mi lado yacen Chalud y Henry, asesinados por la espalda, a traición. Puche aún sostiene un revolver humeante. Mas se me acerca, se acuclilla a mi lado y me ofrece su mano.

Mas: Traquilo, Alberto. Somos los buenos.

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