Capítulo 57: Sábado, 05:30

—Una mochila, una cartera, unos billetes de avión... un móvil y... ¿un tebeo?
—Sí, era para el viaje...
—Y un tebeo de... Superman... Vale. Pase a esa sala, por favor.
—¿Voy a tener que esperar mucho?
—No sé.
—¿Me puede devolver el tebeo?

La comisaria de los Mossos de Escuadra es un lugar gris y triste, como lo debe de ser el infierno. Huele moho y ropa sucia y la luz es la luz de un día de invierno. Un par de agentes me acompañan a un pequeño despacho, un zulo de pladur. Por el camino cruzo miradas de complicidad con mujeres golpeadas y hombres sin cartera.

—Tome asiento, por favor.

El Comisario Gordillo es un hombre de unos 50 años, delgado, con gafas, bigote y aliento a tabaco. Lleva una americana de franela de hace dos décadas y una alianza en el dedo anular. Tiene esa actitud tan de Brigada Central, tan de Colombo. No sé si es un Mosso d'Esquadra o otra cosa, pero no le pregunto. No lo parece, en todo caso.

—¿Qué hacía en el aeropuerto, señor González?
—Me han invitado a un congreso.
—¿A un congreso?
—Sí.
—¿En Grecia?
—Sí.
—¿En Santorini?
—Sí.
—¿Un poco repentino, no?
—Bueno, me llamaron ayer. Se ve que tuvieron una baja. Me llamaron. Tengo un mensaje en mi contestador.
—Ya.
—¿Ya?
—Sí, hemos estado en su piso. Hemos oído el mensaje.
—¿Han oído el mensaje?
—Sí.
—Bueno, pues... no sé. ¿Eso es una coartada o algo, no?
—Bueno, sí... Pero le dije que no saliera del país...
—Creo recordar que sólo me lo sugirió.
—Puede, puede...
—Verá, señor comisario. Me gustaría ir a ese de congreso. Es una oportunidad interesante. Estoy a punto de acabar mi segunda novela y...
No estoy aquí ahora.
—¿Cómo?
No estoy aquí ahora. Es un buen título.
—¡¿La ha leído?!
—Bueno, sólo cómo parte de la investigación.
—¡¿Qué investigación?!
—La de la muerte de Sergio Vila.
—¡¿Y qué tiene que ver mi novela con la muerte de Sergio Vila?!
—No sé, dígamelo usted.
—¡No, no! ¡Dígamelo usted!
—Verá... hemos encontrado algunos parecidos razonables entre su novela y la realidad.
—¿Cómo?
—¿Supongo que el nombre de Antonio Carril le resulta familiar?
—Sí... Sí, es un personaje de la novela. Al principio le quise dar bastante protagonismo. Pero acabé matándolo bastante rápido.
—¿Matándolo?
—Bueno, ya sabe. Es jerga de escritor. Que me lo ventilé a la primera de cambio.
—Ya...
—¡Es una novela, joder!
—Mire, señor González. Será mejor que pase la noche aquí...
—¡¿Cómo?! ¡No pienso dormir en un puto calabozo!
—Sólo esta noche, de momento.
—¡¿Y bajo qué acusación?!
—Bueno... es más bien por su seguridad, señor González.
—¡¿Por mi seguridad¡? ¡Explíqueme eso!
—No sabría cómo explicárselo, señor González. Será mejor que se calme...
—¡¿Calmarme!? ¡¿Calmarme!? ¡Quiero un abogado! ¡No tiene derecho a retenerme aquí! ¡No tiene nada contra mí!
—Siéntese, por favor.
—¡No tiene nada!
—Siéntese, señor González.

De repente, tengo un par de agentes al lado. Me sacan un par de cabezas y no tienen cara de buenos amigos. Así que, sí, me siento y me calmo.

—Verá, señor González. No sé cómo explicarle esto. Es, ciertamente, una situación inusual...
—Pruebe. Últimamente están sucediendo cosas inusuales...
—Tenemos una patrulla en su piso, ahora mismo. Ahora mismo están allí...
—¿Y?
—Y nos dicen que usted está en su piso. Ahora. Usted está en su piso...

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